Lavanderas en Arlés de Paul Gauguin
Laura Pais Belín
Autor: Paul Gauguin.
Cronología: 1888
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Museo de Bellas Artes de Bilbao
A principios de la segunda mitad del siglo XIX comenzaba a surgir con fuerza nuevas orientaciones en el panorama de la pintura europea, que se manifestaban en la búsqueda de la factura espontánea, la preocupación por la captación de la luz por medio de toques cromáticos sueltos, la preferencia por la pintura al aire libre o la temática anecdótica. En definitiva todos los nuevos intereses trajeron consigo aires renovados al panorama artístico occidental, era el nacimiento del Impresionismo. Durante esta época se estaba produciendo en Europa el inicio de una de las mayores revoluciones estéticas de la historia del arte.
Pero con el paso de los años las fórmulas impresionistas comenzaron a decaer y surgen síntomas de nuevas corrientes. El impresionismo, con su afán por captar la luz del natural, había ido disolviendo las formas y todos los elementos del cuadro habían ido perdiendo volumen, dibujo y sentido del espacio.
Por lo que en los últimos años del siglo y principios del siglo XX, aparecen toda una serie de artistas que partiendo del camino que habían comenzado los impresionistas y utilizando muchos de sus postulados estéticos derivan hacia una pintura más personal que anuncia algunos de los movimientos pictóricos más importantes del siglo que acababa de comenzar. Era la tendencia posimpresionista que ya no sólo buscaba captar la luz sino encontrar la expresividad de los objetos y las personas iluminadas. Lo que buscaban era llevar la emoción y la expresión a su pintura pero manteniendo la predilección por los temas de la vida cotidiana.
Entre este grupo de artistas nos encontramos ante geniales trayectorias como la de Toluse- Lautrec, Van Gogh, Paul Cézanne o Gaugin, figuras emblemáticas que aun estando en cierto momento vinculados con el impresionismo lo dejaran atrás para abrir cada uno de ellos con su personalidad los nuevos caminos del arte contemporáneo.
Y de entre todos ellos nos acercaremos a la figura de Paul Gauguin, figura de fuerte carácter, temperamento incorregible y viajero incansable, destacó en su momento no sólo por su trayectoria artística sino también por su manera de plantearse la vida, como si cada paso en su recorrido vital fuese la última parada. Y por ello no sólo ha sido recordado por su obra sino por ser uno de los personajes más legendarios que nos ha regalado la historia del arte.
Paul Gauguin nace en 1848 en París en el seno de una familia liberal de clase media, pero vivió en Perú hasta los siete años, y a los diecisiete se hizo marino, serán ya estas experiencias tempranas las que hagan nacer en él el espíritu aventurero y la búsqueda de la espiritualidad y la libertad de las culturas primitivas. Pero a su regreso a París se convertiría en un respetable agente de bolsa con éxito que le permitió llevar una vida confortable y burguesa con su mujer y sus hijos. Ya en época tardía, en la década de los setenta, será cuando comience su acercamiento al mundo del arte por medio de los impresionistas y su pasión por la pintura.
En su primera etapa Gauguin se inicia en el Impresionismo con su maestro Camile Pisarro, el cual siempre se había sentido atraído y fascinado por la vida rural, por el tema campestre y se alejaba de las escenas urbanas típicas en la época. Pero no sólo era el tema utilizado por Pisarro sino como lo abordaba ya que lejos de mostrar cualquier retórica estética llegaba a mostrar tal sensación de intimidad en sus composiciones que casi parecía que el propio pintor formaba parte de la obra. Esta predilección por el tema rural cercano y cotidiano y su forma de tratarlo, es lo que Gauguin tomará de Pisarro y éste será su punto de partida.
Pero aunque el artista se siente atraído por su obra y la de alguno de sus contemporáneos, ya en la década de los ochenta anuncia su propia dirección artística, asume su ruptura total con los impresionistas, y quizá no sólo con esta tendencia sino con toda la tradición del arte europeo desde el Renacimiento.
Desde 1886 a 1991 vivió principalmente en la Bretaña ya separado de su familia, allí bajo la influencia de Émile Bernard, adoptó un estilo menos naturalista que se caracterizaba por utilizar amplias zonas planas de colores encendidos. Hallando su inspiración en el arte indígena, en el arte románico, en los vitrales medievales y en los grabados japoneses, éstos últimos los conoció a través de Vicent Van Gogh en 1888 en los dos meses que viven juntos en Arlés en el sur de Francia.
Gauguin había conocido a Vicent en París y había quedado impresionado por la expresividad del pintor holandés. Decide pasar una temporada con él para pintar juntos, y aunque artísticamente será una etapa fructífera, el carácter temperamental de los artistas hace que la convivencia sea difícil.
En Arlés, pasa casi todas las jornadas al aire libre, en el campo dibujando y pintando con su amigo Vicent, para después reunirse por la tarde a discutir y comentar sus respectivos trabajos. En los primeros cuadros de Arlés, Gauguin representa la campiña provenzal y la actividad de los campesinos, pero realmente sus imágenes no son una fotografía de la naturaleza o de una escena costumbrista sino la imagen de su ánimo rebelde e impetuoso.
Prueba de ello es esta obra llamada Lavanderas en Arlés, en ella podemos apreciar las singulares características del pintor como es capaz de crear una escena de temática popular, dónde se representa a unas lavanderas anónimas en sus quehaceres diarios con un marcado acento personal, a partir de la expresividad cromática, el rechazo a la perspectiva y la utilización de zonas amplias y planas.
Esta composición destaca por el uso tan expresivo que hace del color con tonos fuertes, vivos y muchas veces arbitrarios que dispone en grandes planos delimitados por ritmos lineales curvos. El artista configura un nuevo espacio creado a partir de un encuadre dramático y con los colores planos consigue una intensidad poética excepcional, que serán utilizados al mismo tiempo con valor decorativo y simbólico.
Con esa forma tan personal del tratamiento cromático junto con el encuadre insólito, consigue que una escena costumbrista se convierta en una imagen totalmente atípica mezcla de sueño y realidad.
Al mismo tiempo renuncia a la perspectiva, suprime el modelado y las sombras, creando así la sensación de un solo plano como ocurría en las estampas japonesas. Al igual que casi hace desaparecer a las figuras del cuadro que con su dibujo simplificado casi ni siquiera parecen humanas. Y La luz desaparece de la escena porque será la exaltación del color la que dé luminosidad a la composición. Aunque la fascinación de esta obra radica en la calma de las zonas anchas de color, casi dando la sensación de cómo si realizara vidrieras y crea de forma magistral a las protagonistas del cuadro ya que las grandes figuras se recortan con trazos de color sobre el fondo como sin fueran esculturas.
Gauguin siempre buscó un arte diferente y especial en la que el cuadro es creación más que representación y a través de él pude mostrar el mundo íntimo del pintor.
Con Paul Gauguin llegó un nuevo tipo de artista, el genio individual que vive de su arte y su leyenda, la personalidad creadora que plasma su propia psicología en el cuadro, gracias al color personal, y a la recuperación de las formas y las estructuras a través de su trazo singular, pero con una nueva lectura.
El color se hace representativo y ya no es objetivo. Se representa el color con que se ve el alma o la esencia de las cosas. Es la propia genialidad del artista la que interpreta la realidad según su visión personal.
Dentro de la genialidad de un artista que con su forma de pensar y vivir rompió por completo con los convencionalismos de una época, Gauguin personaje legendario supo mezclar perfectamente en su trayectoria la tradición y la modernidad para llegar a configurar un credo artístico francamente personal.
Su estilo se construyó laboriosamente partiendo de las fuentes más diversas influyéndose de sus contemporáneos como Pisarro, Émile Bernard o Van Gogh pero a ello unió las aportaciones de los principios más arcaicos como la influencia tan dispar de la escultura románica, la pintura bizantina, la estampa japonesa, los temas religiosos bretones o la escultura de los templos de Java. Así de la constante búsqueda de un estilo tan sencillo, directo, rústico y expresivo como original surgió uno de los primeros lenguajes pictóricos de la modernidad.
Imagen cedida por el Museo de Bellas Artes de Bilbao, www.museobilbao.com
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