12 diciembre, 2013

Las Espigadoras de Millet

joya-millet

Autor: Jean-Francois Millet
Cronología: 1857
Técnica: óleo sobre lienzo
Localización: Museo de Orsay, París

A lo largo de la historia del arte hay artistas que abrieron nuevos caminos sin darse cuenta, que tardaron en ser reconocidos porque en su momento no se entendió su técnica o simplemente porque la elección de los temas y la forma de tratarlos no eran aceptados por la crítica y el público. Sin embargo muchos de estos maestros buscaban en sus obras el poder mostrar su verdad y disfrutar de la libertad creadora en cada una de sus pinceladas, sin ataduras de normas y gustos estéticos.

Quizás por ello estos artistas hoy en día siguen siendo islas independientes, manteniendo su sello personal en un mundo artístico siempre cambiante.
Y de esta manera nacieron grandes figuras y estilos particulares, como es el caso del artista francés Millet, difícil de clasificar aun hoy en día, desarrolló su carrera en el complejo contexto pictórico del siglo XIX, donde los diferentes movimientos competían por encontrar su sitio. Hombre de origen humilde aunque pasaría toda su vida sumido en la pobreza, llama la atención que no dudase lo más mínimo en convertir su mundo cercano y rural en el núcleo central de su trayectoria, aunque su elección supusiese el rechazo de su obra.

Para muchos fue sin querer uno de los pioneros de la pintura realista o el gran primitivo del arte moderno. Para otros el pintor de los campesinos, el defensor de las causas pobres y por ello acusado de apoyar el socialismo.

Pero lo que sí es cierto es que Millet encontró en lo que le rodeaba su inspiración. Puesto que en su tierra natal, en el campo y en sus gentes y paisajes, tenía todo lo que necesitaba para crear. Y de una manera natural el mundo rural se convirtió en el protagonista de toda su carrera, en una época de revoluciones sociales muchos vieron en su obra los indicios de la pintura de crítica social, pero Millet alejado de toda idealización bucólica se definió como un mero espectador que plasmó con inigualable sencillez su mundo más próximo.

Dejando atrás los motivos y las críticas no se puede olvidar su maestría técnica, donde los valores formales, las figuras monumentales que dominan la escena suavizadas por la luz, dan paso a una paleta de colores sólida. A composiciones donde la frescura de un extraordinario dibujo moldea cada uno de los rincones de sus lienzos. Y es por ello que casi sin hacer ruido, con el paso del tiempo se convirtió en una de las grandes figuras de la historia de la pintura.

Millet había vivido de cerca la miseria de los campesinos, el día a día, y su elección fue la de plasmar su realidad, sin provocación, ni rebeldía. Una sincera realidad que convertía la dura vida de los campesinos en la gran protagonista de su obra, sin buscar la denuncia mostraba un estatus social pobre y vital. Hombres y mujeres ganándose el pan de cada día, tal y como se vivía, sin anécdotas, ni dramas, ni divertimentos, sencillamente pura realidad. Y de esta forma el maestro normando se convirtió sin pretenderlo en un revolucionario.

Pero como sucede con muchos artistas para comprender su obra habrá que conocer su vida, Jean-Francois Millet nacía en 1814 en Grounchy, muy cerca de Cherburgo. Y aunque en esta época en Francia desaparecía el primer Imperio y la Revolución había dejado sus palpables consecuencias, éstas no habían llegado al mundo rural normando. Donde Millet creció como persona y artista, rodeado de costumbres tradicionales y arraigado catolicismo.

De niño estudió con el cura de su pueblo, comenzando a dibujar de forma casual, sólo por afición. Pertenecía a una modesta familia campesina, pero nunca pondrían ningún obstáculo para que el joven se dedicase a la pintura. En su juventud recibió las enseñanzas de un pintor local que había sido maestro de David, comenzando a perfeccionar su dibujo. Pero realmente será su segundo maestro el que complete su formación artística y le consiga una beca del Consejo Municipal de Cherburgo con la que podrá irse a estudiar a París en 1837, donde el romanticismo y los temas de historia marcaban el gusto artístico, y Millet que disfrutaba pintando marinas y escenas rurales, no se sentía cómodo. A ello se unía un carácter sobrio y reservado, una situación económica siempre precaria y que las buenas críticas no le acompañaban, todo ello hizo que sus inicios fueran realmente difíciles.

En esta situación como no podía ser de otra forma su obra estará marcada por las exigencias del mercado, para un pintor joven que aun no había sido reconocido la mejor salida económica sería dedicarse al retrato. Encuentra la clientela entre la burguesía de Cherburgo y así comienza a ganarse la vida. Y al mismo tiempo utiliza este género para ir mejorando su técnica a la hora de abordar la figura humana.

Poco a poco puede mantenerse y también a su numerosa familia, pero todo cambiará en el Salón de 1848, donde presenta la obra de “El Aventador”, la novedad no fue el tema elegido, ya que la vida de la gente del campo había sido tratada a lo largo de la historia, pero siempre unido a la anécdota dentro de un paisaje o al trato pintoresco dentro de la pintura de costumbres.

Millet era el primer artista en retratar a los hombres y mujeres del mundo rural entregados a la dura actividad de la vida en el campo, con rabiosa sinceridad dejaba clara su admiración por su trabajo, y sus protagonistas son tratadas de forma sólida e imponente con la misma importancia que los héroes clásicos o los personajes históricos.

La novedad es que para sus contemporáneos no había coherencia entre el tema del la obra y el tratamiento formal. Sin embargo con ello sedujo a parte de la crítica que lo veía como un revolucionario, mientras que la burguesía se sentía incómoda ante los protagonistas de sus obras, imágenes crudas, directas, desprovistas de todo simbolismo pero increíblemente bellas. Ya nada le influía Millet había encontraba su camino y ya no lo abandonaría.

Quizás por su origen humilde sería un artista siempre ligado a la tierra porque ella fue el verdadero sustento de su vida, creador de un realismo testimonial y transparente mezcla de ingenuidad, sinceridad y maestría técnica. Por ello sus obras hoy en día siguen llamando la atención por su autenticidad y serena frescura. Como es el caso de una de sus obras más conocidas “Las espigadoras” realizada en 1857. En la década de los años cincuenta Millet disfrutaba paseando por los campos de Barbizon y el tema de las espigadoras comienza a ser un tema recurrente en sus cuadernos de dibujo a lápiz y en sus pinturas, durante más de diez años dedicará obras al tema del espigueo, un viejo derecho que permitía a las mujeres y niños del campo recoger el grano olvidado en el campo tras la cosecha.

Eligiendo la luz del atardecer, recrea toda la acción con una cálida iluminación dorada, donde la composición está dominada por la imponente presencia de tres mujeres en plena faena, antes de que se ponga el sol recogen las espigas, en ellas nos muestra cada una de los movimientos de este trabajo repetitivo y agotador, agacharse, recoger y levantarse.

Mujeres reales que vestidas con los clásicos ropajes normandos marcan por completo el ritmo del lienzo. Las líneas trazadas sobre la espalda de cada una de las mujeres se repiten creando un movimiento idéntico que logra recrear con gran verismo la dureza de su labor interminable y agotadora. Con aspecto escultural se nos presentan sólidas, monumentales pero llenas de vida moviéndose pausadamente entregadas al trabajo. Millet las moldea de forma nítida marcando cada uno de sus contornos para que se recorten sobre la llanura alcanzando una gran claridad compositiva. De forma contundente construye las figuras a través de un sólido dibujo, centrándose en la simplicidad de los volúmenes y en el sentido del contraste de luces y sombras.

A la vez que el paisaje se convierte en un mero escenario, pero no por ello menos importante, un encuadre perfecto para representar la vida cotidiana, por eso no extiende su mirada hacia los bosques sino hacia la amplia llanura que se abre amable junto a él, donde se perfilan los montones de grano y las granjas, y hace destacar la solidez de las figuras y recrea una atmósfera dorada y polvorienta.

No olvidemos que el maestro normando poseía un profundo sentido de la naturaleza y que según sus contemporáneos ese sentido le permitía interpretarla, sentir la tierra recreándola a través de los contrastes de luces y delicadas pinceladas.

Una pincelada que cambia en las figuras, donde se caracteriza por ser firme y segura, al igual que su dibujo que logra definir a las mujeres y darnos todos los valores lumínicos. A través de un óleo pastoso nos revela un calculado dominio del color rico y sobrio, pero deliberadamente elegido, tonos cálidos y tierras para el paisaje y más vigorosos para las figuras, iluminadas por certeros toques claros y vivos en sus ropajes.

Aunque el tema elegido por el maestro representaba la miseria de los tiempos es recreado de tal manera que su atmósfera contenida y pausada consiguen que uno no puede dejar de contemplarlo atrapado por su sencilla armonía y delicado realismo.

Millet mostró sin reparos la miseria del campesino,de la que había sido testigo directo en su vida, pero siempre se mantuvo alejado de toda actitud crítica. Es curioso que el maestro estuviese abriendo como muchos de sus contemporáneos una nueva ventana en la historia del arte. Pero su falta de rebeldía unida a la revolución que supuso mostrar la realidad a través del trabajo del pueblo, hizo que fuese criticado y menospreciado por ambos lados de la crítica. Ya que para los artistas que pedían a gritos un cambio, denunciaban que sus lienzos eran excesivamente edulcorados. Mientras que los círculos más clásicos sentían desconfianza de su realismo y lo veían como un “socialista” católico defensor de la vida rural.

Tendría que esperar a que se cumpliese el primer centenario de su muerte para que se celebrase una exposición retrospectiva de su obra, y con ella por primera vez se le otorgaba el lugar merecido y se comprendía la grandeza del pintor.

El creador de una pintura dedicada a su realidad cotidiana, próxima, sin grandes héroes ni grandes hechos. Un pintor que siempre estuvo ligado a la tierra, porque ella fue el sustento de su vida. Un pintor que su único secreto fue la sencillez y calma con la que recreaba la vida, incluso cuando mostraba la dureza y el esfuerzo del trabajo sin teatralidad ni efectismo. Elogiando sin querer en cada una de sus obras la dignidad de las pobres vidas anónimas, logró tocarnos muy de cerca porque sencillamente consiguió trasladar al lienzo que disfrutaba con cada pincelada, con cada mirada e interpretación de un mundo que lentamente desaparecía y que con todas sus injusticias el admiraba.

Por Laura Pais Belín.

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