La Batalla de Tarija o de la tablada
Rafael Vidal
Doctor en Historia por la Universidad de Granada
Los veteranos historiadores, estamos acostumbrados a bucear en archivos y bibliotecas, sentir las manos llenas de polvo y los ojos rojos del ambiente y de mirar con lupa los legajos que visualizamos.
Gracias a Dios, la investigación histórica ha dado un gran vuelco y a través de Internet, con el necesario contraste de la fuente, podemos obtener una visión bastante aceptable del hecho que queremos narrar.
Mi tesis doctoral trataba sobre el general don Baldomero Fernández Espartero, uno de los personajes más fascinantes del siglo XIX, el cual fue destinado al virreinato del Perú nada más terminar la guerra de la Independencia y en poco más de nueve años ya era brigadier de los reales ejércitos.
Nueve años intensos de su campaña americana, que le llevó desde teniente a brigadier, empleos todos ganados a base de sudor, esfuerzo y conocimientos militares. La guerra de Emancipación Americana creó una serie de altos mandos militares, muy cualificados para la lucha en grandes espacios con ejércitos reducidos, a los que desgraciadamente, las guerras civiles que asolaron a lo largo del siglo XIX todos los países hispanos, oscureció sus grandes dotes militares.
Por poner una introducción al hecho bélico de la batalla de Tarija, diremos que hasta 1820 todos los intentos de las Provincias Unidas tuvieron por finalidad ocupar el Alto Perú, territorio que les pertenecía desde la creación del virreinato de Río de la Plata, pero que el virrey Abascal del Perú, había devuelto a su sometimiento ante la seudoindependencia de aquellas.
Con tal motivo se constituyó el “Ejército del Norte”, al mando del general Belgrano, cuya misión era la de invadir el Alto Perú a través del Tucumán argentino. Este ejército tuvo una suerte regular en los diferentes intentos que propició, de tal manera que en 1820, se optó por atacar al virreinato del Perú, último que aún mantenía una determinada resistencia y seguía poseyendo cuantiosos medios materiales y humanos, a través de Chile, atravesando la cordillera de los Andes, y desde la costa, con una fuerte flota, desembarcar cerca de la capital de Lima, para hacerse con el poder.
Sin embargo a principios de 1817 la situación es bien distinta, el general La Serna, general en jefe del ejército del Alto Perú, ataca y ocupa el Tucumán y parece que la vía de penetración hasta la capital, Buenos Aires, se encuentra expedita.
Con tal motivo, el alto mando argentino, encarga al general Belgrano que establezca un plan de operaciones que obligue a mantenerse en sus posiciones a La Serna, organizándose a este efecto, una pequeña división al mando del coronel Gregorio Araoz de La Madrid, el cual debería efectuar un movimiento envolvente sobre las tropas realistas, situándose detrás de ellas y obligarlas a atender la amenaza de su retaguardia.
El día 18 de marzo de 1817, el coronel Araoz, al frente de una columna (figura 1) compuesta por 100 soldados del 1º y 2º regimiento de infantería, dos compañías del regimiento nº. 9 de milicias de Tucumán, un escuadrón de húsares y dos piezas de artillería 1 (el Atlas Histórico Militar los evalúa en 400 hombres montados, 250 jinetes y el resto en mulas, aunque no parece que sea así, ya que en las memorias de Araoz, se lamenta precisamente de que Belgrano no le ha facilitado cabalgaduras), parte de San Miguel de Tucumán. Con objeto de no encontrarse con las fuerzas realistas desborda Salta y Jujuy por el este, pasando por Guachipas y San Carlos, desde donde remitió un parte el general Belgrano, comunicándole que se desvía hacia Tarija para conseguir cabalgaduras, alcanzando posteriormente Puesto del Marqués y Cangrejillos el 8 de abril, donde se topan con una patrulla española que lleva correspondencia desde Tupiza al general en jefe realista, resultando seis soldados muertos y seis prisioneros, abortando de esta manera cualquier comunicación sobre su presencia en la retaguardia. Poco antes de llegar a Tarija recibe la contestación de su superior, Belgrano, en el que le recrimina el haberse apartado de sus instrucciones, que era la de rehuir el encuentro con el enemigo y situarse en la retaguardia del ejército invasor. En sus memorias (Los datos de esta expedición proceden de múltiples: Atlas Histórico Militar Argentino; el libro de Bidondo, Emilio, La guerra de la independencia en el Alto Perú, Ed. Círculo Militar, Bs. As., 1979; fuentes españolas que son muy parcas en datos concretos, y más recientemente de Internet, cuyos datos hay contrastarlos con otras fuentes.) Araoz se justifica de la forma siguiente:
“Un día antes de llegar a Tarija me alcanzó una comunicación del General en Jefe, en que me contestaba a la que le dirigí de San Carlos, indicándole que yo me proporcionaría los caballos en Tarija; se quejaba amargamente por haberme separado de sus instrucciones; pero con tanta fuerza, que me ofendí de reproche tan injusto en mi concepto; porque siendo los caballos el primer elemento para la empresa, no parecía propio que me lo hiciera quién no me los había proporcionado y mucho menos cuando de seguir sin ellos la ruta que se me indicaba, marchaba seguro al precipicio, sin conseguir el objeto que el General se había propuesto”.
Pocos días después del encuentro de Cangrejillos (figuras 2 y 3), Araoz remontó el Abra del Gallinazo, situada al este de la región de Tolomosa y descendió por la Cuesta del Inca, en donde se le unió el titulado coronel Eustaquio Méndez, (a partir de 1818 Moto Méndez, por haberle cercenado una mano el coronel realista Vigil), que mandaba una guerrilla de montoneros montados.
Los jinetes de Méndez marcharon en vanguardia hacia Tarija, apresando a todos los hombres, mujeres y niños que encontraban a su paso, con objeto de que no pudieran avisar a la guarnición española de su presencia.
Tarija, capital de provincia, estaba defendida por el coronel, don Mateo Ramírez, jefe del regimiento “Granaderos de Cuzco”, encontrándose en el valle de la Concepción, el teniente coronel, Andrés Santa Cruz, al frente de un contingente de 80 caballos y un piquete de infantería. Este último jefe, posteriormente se pasó al bando de los patriotas, llegando a ser presidente de Bolivia.
Tarija había sido fortificada por La Serna, pero el comandante de la guarnición, cuando se percató, el 14 de abril, de la presencia de los insurgentes les salió al encuentro, creyendo que se encontraba frente a una pequeña partida de las que pululaban por la zona. Tomado contacto y al ver el coronel Ramírez, que los jinetes de Méndez, intentaban envolverlo, retrocedió sobre la ciudad, aunque no pudo impedir que el barrio de San Roque cayera en poder del enemigo.
Antes de atacar, Araoz envió un emisario al comandante español, con el siguiente mensaje:
“Si en el término de media hora, no se rinde usted a discreción, con la división de su mando, tanto Vd., como ella serán pasados a cuchillo. Dios guarde a Vd. muchos años. Puerta del Gallinazo, abril 14 de 1817. Gregorio Araoz de La Madrid”. Ramírez, con el mismo mensajero le contestó: “He recibido su oficio de Vd., en el que se me impone pena de ser pasado a degüello con la guarnición de mi mando, si en el término de media hora no me entrego a discreción. Los oficiales de honor sólo por tirar cuatro tiros no se entregan a discreción; lo haré sólo cuando me queden veinte hombres, y éstos sin municiones para batirse. Dios guarde a Vd. muchos años. Tarija, abril 14 de 1817. El Gobernador de esta plaza. Mateo Ramírez”.
Al amanecer del día 15, informaron a La Madrid que una numerosa columna de infantes y jinetes se aproximaban a la ciudad, al mando de Malacabeza (No se ha encontrado referencia a ningún oficial realista. Podría ser que también había partidas realistas, al mando de indios, siendo éste el nombre de uno de ellos). Araoz dejó a su segundo, el sargento mayor, Antonio Giles, frente a la ciudad, mientras que él, con el resto de su tropa se aprestó a rechazar a la columna realista. Ramírez efectuó una salida, al objeto de coger al enemigo entre dos fuegos, pero en ese preciso momento llegó a la zona, Eustaquio Méndez con sus jinetes, que decidieron la victoria patriota, teniéndose que retirar las fuerzas realistas, una hacia el valle de la Concepción y los otros sobre la ciudad, rindiéndose poco después el coronel español, tras capitular honrosamente y asegurar que la población no sería arrasada por ayudar a la causa realista.
La guerra aún no había llegado a la crueldad que alcanzaría años después, por lo que existe un cierto aire caballeresco entre los contendientes, muchos de los cuales habían servido en las mismas unidades y se conocían, aunque ahora luchaban en bando opuestos. Existen los oficios cruzados, previos a la rendición, entre Aráoz y Ramírez, los cuales se exponen textualmente:
“Nunca ha sido impropio de hombres de honor el rendirse a discreción, cuando no tienen como sostenerse ni esperanza de auxilio como Vd.; pues ni Lubin ni O’Relli (Se refiere a Lavín y O’Relly), a quienes Vd., ha escrito para el efecto, pueden hacerlo porque no tienen una fuerza capaz de resistir la mía. En esta virtud puede usted verificar su rendición, en la inteligencia que serán tratados, tanto Vd. como sus oficiales y tropa, con todo el aprecio y distinción propios de mi carácter y en caso contrario verificaré, dentro de cinco minutos, lo dicho en mi oficio de ayer. Ya lo supongo a Vd. impuesto de la suerte que ha corrido el comandante Malacabeza por los prisioneros que le he remitido, pero sin embargo le anoticio: que los muertos son 65, prisioneros 40, fusiles tomados 70. Todo lo que prueba su ruina y me hace creer que no se derrame más sangre. Dios guarde a Vd. muchos años. Alto de San Juan, Abril 15 de 1817.”
Respondiendo el coronel Ramírez:
“Visto el oficio de Vd., que acabo de recibir, en que se me hace la segunda intimidación, anticipándome haberme negado los recursos pedidos a Lavín y O’Relly, por la toma, según se deja entrever, de los pliegos que remití a éstos. Contesto a Vd., que este motivo no es bastante a desmayar yo ni mis oficiales para sostener hasta el último extremo las armas de S.M. en esta plaza, pues aún tengo fuerzas suficientes y bien dotadas de lo necesario, según verá Vd. Más la derrota que ha sufrido el escuadrón de caballería me hace entrar en capitulación consultando con la humanidad por parte de ambas divisiones, si la admite Vd. bajo los términos siguientes:
Primero: que se nos reciba prisioneros a los de esta guarnición con los honores de la guerra, y uso de espada para los oficiales, permitiéndonos bagajes hasta el depósito de prisioneros.
Segundo: Que los paisanos a quienes hemos comprometido a tomar las armas sean bien tratados, permitiéndoseles la existencia al lado de sus familias.
Tercero: Que entren en la plaza sólo las tropas de línea, que eviten todo desorden en el pueblo.
Bajo estas bases y persuadido que Vd. como oficial de honor, que sabe observar lo propuesto, hemos venido en ello unánimes y conformes, de cuya aceptación espero aviso. Tarija, abril 15 de 1817. Mateo Ramírez.”
A lo que respondió La Madrid:
“En el oficio de Vd. que acabo de recibir, he tenido a bien admitir la rendición de esa plaza, bajo los tres artículos propuestos, por una generosidad propia del carácter americano, en la inteligencia de que ahora mismo deberá salir con toda la guarnición a rendir las armas al campo de las Carreras, situado al Este del pueblo, con sus respectivos jefes y oficiales. Dios guarde a Vd. muchos años. Alto de San Juan, a 15 de abril de 1817. Gregorio Aráoz de La Madrid”.
Se rindieron, el coronel Ramírez, tres tenientes coroneles, entre ellos Santa Cruz de Calahumana, todos los oficiales y trescientos soldados.
Por esta acción, La Madrid fue ascendido a coronel efectivo, incrementando su fuerza con muchos tarijeños. Después de ello, emprendió la marcha a Chuquisaca. Antes de marchar, el 18 de abril, remitió un parte al general Belgrano, en los siguientes términos:
“Excelentísimo señor. El 14 a las 4 de la tarde me presenté en la puerta del Gallinazo, al oeste de la villa, sorprendiendo completamente al enemigo a costa de las mayores precauciones; pues no me sintió, hasta que llegué a dicho punto, que dista seis cuadras del pueblo; una legua antes de llegar a éste, mandé al capitán de la primera compañía de húsares don Manuel Toro, con la suya llevando a más a sus órdenes a los capitanes don Alejo Colet del número 2, don José Alejandro Carrasco, de dragones de la milicia de Tucumán con sus respectivas compañías, y el capitán de gauchos de Santa Victoria, con 40 de aquellos, con orden de situarse en el campo de las Carreras, para evitar la reunión de la caballería enemiga, que se hallaba situada en el valle de la Concepción, distante cinco leguas de esta villa, en caso de intentarlo; y como yo me avistase primero con las compañías, segunda de húsares, tres y nueve de infantería, algunos gauchos, con los capitanes don Juan Esteban Garay, y don Matías Guerrero, y las dos piezas de artillería, salió el enemigo a mi frente en número de 200 infantes (en cuyo tiempo mandó Toro al teniente don José Ferreyra ocupara con una partida el alto de San Juan, situado al Norte, orilla de esta villa) los que inmediatamente fueron encerrados en sus trincheras, pues las tenían bien fortificadas, por dirección del general Serna, dejando en la playa del río dos muertos, y matando de un balazo al negro herrador. En seguida se montó la artillería y rompió fuego mi segundo el sargento mayor don Antonio Giles, con tan buen acierto, que a los seis tiros logró desalojar a los que ocupaban las barrancas del río que nos dividían, con cuyo motivo, mandé cesar el fuego, y dirigí por medio de mi ayudante don Manuel Cainzo un oficio al comandante enemigo, intimándole rendición; de cuyo contenido y contestación impondré a vuestra excelencia mi número 27, como igualmente del que pasé después, y su contesto: vista la primera, ordené al capitán de la segunda de húsares don Mariano García marchase al Alto de San Juan, y venido Ferreyra, que se hallaba situado en aquel punto, la sostuviese a toda costa; el capitán don Francisco Pombo de Otero, que echando pie a tierra con su compañía, se situase sobre la barranca del río; al de la misma clase don Manuel Segovia con la suya y una pieza de artillería, ocupara los corrales llamados del Matadero, al Oeste del pueblo, distante tres cuadras de la plaza, lo que ejecutaron todos con la mayor bizarría, haciendo abandonar las primeras trincheras en todos los puntos, y entrándose hasta muy cerca de la plaza, lo que también ejecutaron los capitanes Toro, Colet, y Carrasco por los que se les destinó. En esta posición me tocó la noche, y habiéndome dado parte el mayor Giles de los puntos que ocupaban dichas divisiones, marché con una escolta que había nombrado para reserva, compuesta de 20 húsares, 12 infantes y 4 dragones, al campo de las Carreras, llevando la otra pieza que ya se había inutilizado, y ordené abandonaran las posiciones para evitar que con la noche pudiesen desordenarse los soldados viéndose dentro del pueblo, mandando al capitán Otero con García y Ferreyra ocupar mi primera posición en la punta de Gallinazo; cubriendo con partidas aquel costado, y haciendo replegar a la mía, a los capitanes Toro, Segovia, Colet y Carrasco, verifiqué lo mismo de modo que quedó el pueblo circunvalado. Al rayar el día, ordené a Otero ocupara el Alto de San Juan, dejando una partida en la posición que había tenido, y mandando a Segovia con su compañía y parte de la primera de húsares con el teniente don Rafael Riesco ocupar las calles de San Francisco y San Agustín, lo que verificaron; marché con el resto a donde estaba Otero; de allí destiné al capitán Colet con su compañía, y Carrasco con parte de la suya a la fortificación que tenía el enemigo en la capilla de San Roque, que era la más fuerte, y fue tanto el ardor con que se avanzaron que lograron situarse, a pesar del vivo fuego que recibían, en unos ranchos que distaban diez o doce varas de dicha fortificación. De la altura que yo ocupaba se dirigieron algunos cañonazos a la capilla dicha, y también al Cabildo con el mejor acierto; y cuando a las nueve de la mañana me preparaba para asaltar las trincheras, apareció por la pampa de la tablada la caballería enemiga con alguna infantería en número de 140 hombres, lo que obligó a salir en el acto con la escolta y veinte húsares al mando de Ferreyra, llevando a los oficiales Otero, Cainzo Gainza y de aventurero don Lorenzo Lugones; a éste lo destiné a mi izquierda con ocho hombres, y mandando por mi derecha a mi ayudante Cainzo con doce, seguí con el resto por el centro a encontrar al enemigo, que venía cargando con vivo fuego; ordenar la carga, tocar a degüello y quedar el campo cubierto de 65 cadáveres entre ellos dos oficiales, 40 prisioneros, porción de armamento, y cabalgaduras fue todo uno, sin haber perdido en esta jornada tan heroica un solo hombre, en la cual se distinguieron los oficiales y tropa con un valor sin segundo, particularmente el valiente Cainzo, que fue el primero que se mezcló con el enemigo. Después de concluida esta operación, regresé a mi antigua posición, que había quedado ocupada por mi segundo, y habiéndole despachado cuatro prisioneros al comandante enemigo, porque le instruyera de la suerte que había corrido su caballería, y de la bravura de los defensores de la patria, le hice la segunda intimidación por medio del capitán García, a lo que no pudieron resistir, salió al campo de las Carreras con toda su división compuesta de 234 hombres, tres tenientes coroneles, incluso el comandante y un graduado, tres capitanes, dos ayudantes mayores, cuatro tenientes y ocho subtenientes, y rindiendo las armas quedaron prisioneros. Los fusiles tomados son 400, como verá vuestra excelencia en el estado que acompaño, lo mismo que los demás útiles de guerra. Nuestra perdida en los días 14 y 15 que duró el sitio, consiste en la de un balazo que recibió el bravo portaestandarte interino, cadete don Carlos González al llevar una orden, y tres soldados heridos levemente, a excepción de uno que corre riezgo (sic). La bravura de todos los oficiales, y tropa les hace acreedores a la especial consideración de vuestra excelencia, pues desde que tengo el honor de militar bajo las banderas de la patria, aseguro a vuestra excelencia que no he visto batirse jamás con igual energía, porque todos a porfía se han distinguido en cuantos puntos han sido destinados.
Mis ayudantes don Manuel Cainzo, don Melchor Dasa y don Manuel Rico, lo mismo que mi segundo el benemérito sargento mayor don Antonio Giles y su ayudante don Victorio Llorenti, y los poartestandartes don José Manuel Sueldo y don Carlos González, han desempeñado sus funciones con el valor y denuedo debido. El capellán doctor don Agustín de la Serna, no se ha separado de mi lado, y me ha servido de mucho. Tarija, abril 18 de 1817. Excelentísimo señor. Gregorio Aráoz de La Madrid. Excelentísimo señor don Manuel Belgrano, capitán general de provincias y en jefe del ejército auxiliar del Perú. Es copia Icazate, secretario”.
La rendición de Tarija cayó como un jarro de agua fría sobre las tropas del Alto Perú, ya que no se imaginaban que una división tan poderosa pudiera estar al norte, a retaguardia del ejército realista que había ocupado Tucumán. Dada la importancia de la guarnición abatida y las fortificaciones de la propia ciudad de Tarija, se aventuró que la fuerza enemiga pudiera ascender a 2.000 hombres y que solamente fuera la vanguardia del ejército auxiliar del norte, al mando de Belgrano.
Las fuentes españolas casi no mencionan la batalla de Tarija, de amplia resonancia, sin embargo en las fuentes americanas, tal vez las primeras la omiten, dado que fue una derrota y que pocos meses después, el 12 de junio, derrotarían a La Madrid en la batalla de Sopachuy y rechazarían la amenaza de una posible invasión del Alto Perú.
El hecho que La Madrid fuera derrotado en Sopachuy y gran parte de su división deshecha ¿quita valor estratégico a su expedición? De ninguna manera. En realidad, a pesar de la bronca inicial, el general Belgrano se encuentra muy satisfecho de la operación llevada a cabo, dado que el objetivo estratégico de frenar el avance realista hacia el sur se había conseguido y además en el futuro no se dieron las condiciones para que se volviera a producir.
Nunca hasta la fecha los realistas habían dispuesto de un ejército tan numeroso, pertrechado y preparado como a principios de 1817 (figura 5). Posteriormente se producirán otras invasiones del Tucumán argentino, procedentes del Alto Perú, pero más parecidas a expediciones de castigo que operaciones con capacidad de ocupar el terreno.
En las figuras 6 y 7 se pueden observar algunos de los protagonistas patriotas y realistas.
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