Gibraltar. Un conflicto de 300 años (II)
Rafael Vidal
Doctor en Historia por la Universidad de Granada
LOS INTENTOS DIPLOMÁTICOS POR RECUPERAR LA ROCA
INTRODUCCIÓN
Sobre el contencioso que enfrenta a Gran Bretaña y España desde hace algo más de trescientos años se ha escrito muchísimo, siendo imposible relacionar los innumerables libros, artículos y publicaciones en general, con mayor cantidad por parte de España que en sentido contrario.
Un clásico para iniciar el conocimiento de esta anómala situación colonial, la única colonia existente en Europa, se puede consultar el libro editado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y presentado a las Cortes Españolas en 1965. Por supuesto los documentos que se recogen, las reflexiones y las conclusiones a las que se llega son favorables a nuestra nación.
En este episodio lo culminamos con los intentos diplomáticos durante la Segunda Guerra Mundial. En el III se hablará aunque sucintamente de algunos posteriores, dedicándole más adelante, un recuadro de la historia, específico, al proyecto de Antonio María Castiella a raíz de 1965, origen entre otras cosas de la enorme industrialización del Campo de Gibraltar, convertido en uno de los “Polos de Desarrollo” del ministro López Rodó.
LA POBLACIÓN GIBRALTAREÑA
En los últimos treinta años Gran Bretaña esgrime una constante coletilla en las conversaciones con España sobre la última colonia inglesa en Europa: “que todo lo que se decida entre los dos países tiene que contar con el consentimiento de la población de Gibraltar”. He subrayado conscientemente la palabra colonia, debido que fue en 1830 cuando la metrópoli concedió este carácter administrativo a la Roca. El concepto de colonia, expresa la existencia de unos colonos, generalmente ciudadanos británicos que se han trasladado desde su tierra materna a otros territorios para hacer de ellos su nueva “patria chica”. Cabe pensar entonces: ¿Tan arraigados estaban sus habitantes tras más de dos siglos de permanencia en el Peñón?, nada más lejos de la realidad, porque precisamente ese sentimiento era casi inexistente. Cuestión que no es el del momento actual, existiendo ese vínculo de pertenencia a Gibraltar por gran parte de sus habitantes.
La evolución de la población ha sido muy dispar y siempre hasta casi a mediados del siglo XX a remolque de las necesidades militares, dado que durante más de doscientos años, la Roca fue exclusivamente una fortaleza. Por la historia conocemos que los españoles que se acogieron a la bandera del archiduque fueron menos del medio centenar, muy pocos para atender las necesidades logísticas de la plaza, por lo que los gobernadores, a raíz de 1713, impulsaron el asentamiento de ingleses, con objeto de desarrollar desde allí su actividad comercial, pero su éxito fue escaso, únicamente se asentaron familias de judíos y otros grupos desarraigados y con escaso sentimiento nacional, como genoveses y malteses.
En 1720 se dicta una orden de la guarnición por la que se disponía el control de entrada de extranjeros, sin implicar por ello un permiso de residencia permanente. Pocos años más tarde en 1729, Gran Bretaña firma un tratado con Marruecos para asegurar el avituallamiento de la plaza, junto con facilidades comerciales para sus mercaderías, respondiendo al requerimiento judíos residentes en la nación vecina.
En 1753, la población, por supuesto sin ningún derecho civil, se compone de 1816 personas, la inmensa mayoría para atender las necesidades de la guarnición, desglosándose, en:
Procedencia | Número | % |
Británicos | 434 | 23,9 |
Genoveses | 597 | 32,9 |
Judíos | 575 | 31,7 |
Españoles | 185 | 10,2 |
Portugueses | 25 | 1,3 |
El sitio de 1782 reduce drásticamente la población que es obligada a abandonar la plaza, aunque firmada la paz, se produce su aumento paulatino, llegando a alcanzar las seis mil personas a principios del siglo XIX, aunque en 1804 se produce un terrible epidemia, que deja reducido los civiles a 1.136.
La guerra Peninsular en denominación inglesa y de la Independencia en la española, hace aumentar la población, al ser uno de los pocos puertos de mediterráneo español no ocupado por las tropas napoleónicas, resultando que en 1810 los habitantes civiles superan los tres mil, desglosados, en:
Procedencia | Número | % |
Británicos | 403 | 12,6 |
Genoveses | 886 | 27,7 |
Judíos | 489 | 15,3 |
Españoles peninsulares | 527 | 16,5 |
Portugueses | 650 | 20,3 |
Españoles menorquines | 138 | 4,3 |
Italianos | 104 | 3,3 |
Pocos años más tarde, se dan dos brotes de fiebre amarilla -de la que hablaremos en el episodio III, al ser una de las causas de la expansión del territorio-, que vuelve a reducir a la población, aunque eso no es óbice para que las autoridades del Peñón aboguen por una inmigración masiva, sobrepasando en pocos años las diez mil personas, creándose por el gobernador el cargo de “Inspector de Extranjeros” para proceder a su control.
En 1830 fue declarada Gibraltar colonia británica, sin que ello afectara al estado legal de sus habitantes, diferenciándose únicamente que la plaza dejaba de depender del ministerio de la Guerra (War Office) y pasaba a serlo del de Colonias (Colonial Office). Por aquellos años los residentes aumentaron de modo significativo, debido a la aparición de los buques a vapor, la creación de una carbonera para abastecerlos y la construcción de un arsenal donde se reparaban buques y se construían lanchas armadas.
Sin embargo el censo se mantuvo en 17.000 civiles, por supuesto desprovistos de todo derecho. Ante unas tímidas protestas, en 1873 entró en vigor el “Aliens Order in Council”, mediante el que se expresaba que Gibraltar seguía siendo una fortaleza, por lo que nadie podía alegar derecho alguno de residencia, dictándose en 1885 el “Inmigrants and Aliens Order”, por el que se definía al nativo y se establecían unos restrictivos criterios para la concesión del estatuto gibraltareño.
La situación permaneció igual en el resto del siglo, restringiéndose aún más la consideración de residente con el “Order in Council”, firmado en 1900, dejando fuera de la misma a un numeroso colectivo de indios.
La Primera Guerra Mundial dio un nuevo protagonismo al Peñón, efectuándose importantes obras en el puerto, astilleros y otras instalaciones complementarias, siendo casi la totalidad de los 19.000 habitantes trabajadores de las anteriores, a los que se unían unos miles de españoles que diariamente se trasladaban a la plaza para trabajar.
Terminada la contienda, en la que sólo se admitió a 76 gibraltareños como soldados británicos, los residentes comenzaron a sentirse inquietos y se manifestaban descontentos por carecer de voto en lo asuntos municipales, por lo que la metrópoli creó en 1921 el “City Council”, formado por nueve miembros, de los cuales cuatro eran elegidos por la población y el resto por el gobernador.
Comenzada la Segunda Guerra Mundial, Londres ordenó la evacuación de todos los habitantes de la colonia, siendo alojados, después de mil peripecias, doce mil en los arrabales de la capital británica, y el resto en Jamaica, Madeira y Azores. Terminada la guerra, vuelven, aunque lentamente los gibraltareños, teniendo que esperar los últimos hasta 1951, es decir once años más tarde de ser evacuados.
En 1942 un joven abogado de ascendencia judía, Joshua Hassan, creó la “Asociación para el Progreso de los Derechos Civiles” (AACR en siglas inglesas), con objeto de impulsar y hacer patente la voluntad de los gibraltareños de participar en el gobierno de la municipalidad y ser considerados como ciudadanos de la colonia y no como si fueran de segunda o tercera categoría.
El 1962 se promulga el “Gibraltar Status Ordinance”, definiendo al gibraltareño, aunque limitaba tal acepción a aquellos nacidos antes del 30 de junio de 1925, incluyendo a sus esposas e hijos legítimos.
A partir de 1964, ya en franca controversia con España, se otorga a Gibraltar un estatuto constitucional, uno de cuyos pilares fue la creación de un Consejo Legislativo compuesto de once miembros elegidos por la población, denominándose al ganador de las elecciones, ministro principal, teniendo bajo su responsabilidad el gobierno de la colonia, sin perjuicio del derecho al veto que asumió el gobernador inglés.
Al cierre de la “verja” por parte española, acaecido en 1969, tras la aprobación de una Constitución otorgada, Gibraltar tenía una población de unos veinticinco mil habitantes, convertidos en el día de hoy a algo más de treinta mil.
Se puede decir por tanto, que el arraigo de la población, no es cosa de siglos, sino que se crea a lo largo del XX, aunque también hay que expresar que la misma dispone en la actualidad de un sentimiento de pertenencia a un espacio geográfico, a la que consideran su patria, más unido a Gran Bretaña que a España, aunque en esta se basa su cultura, sentimiento que se ha visto incrementado por los trece años de encierro obligado en el Peñón.
LOS INTENTOS DIPLOMÁTICOS ESPAÑOLES POR RECUPERAR GIBRALTAR
En este apartado, de forma breve y dejando al margen las actuaciones diplomáticas llevadas a cabo desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, se efectuará una relación de todos estos intentos, las veces que parecía que el éxito coronaba los esfuerzos y también los desprecios y sinsabores, que ante el estado de debilidad política y militar de España en el siglo XIX, nos hicieron sufrir los ingleses.
El siglo XVIII se caracteriza por la inexistencia de una potencia europea hegemónica: Inglaterra, Francia, España y el Imperio, van a dilucidar entre ellos quién alcanzará tal preeminencia, decantándose al final por la primera. Las guerras entre estos cuatro peones van a ser constantes, sucediéndose cortos períodos de paz con otros, igualmente cortos de guerras, trastocándose las alianzas de unos a otros y encontrándose los diversos contendientes en situaciones de debilidad política, militar, económica o diplomática, que le obligaba a transigir en algún asunto concreto, a favor de otra potencia, con el ánimo de llevar a la posición y restablecer el equilibrio.
En el Tratado de Utrech se hacía mención expresa a las “Cédulas de Asiento”, que podría reportar en caso de llevarse plenamente a efecto, pingües beneficios para los comerciantes ingleses, basadas estos beneficios en el trasvase (asiento) de mano de obra negra (esclava) en los dominios españoles y en los enclaves coloniales ingleses en el norte del continente americano. No vamos a relatar todos los pormenores diplomáticos y bélicos de aquellos primeros años del siglo que transformaron el mapa europeo, pero el objetivo estratégico británico, basado en las facilidades de comercio con América no se obtenía por la fuerza contra España, por lo que Stanhope, a la sazón jefe de gobierno en 1721, propuso a nuestro país, la devolución de Gibraltar a cambio de aquellas. La carta del monarca inglés era aparentemente explícita y parecía inminente la vuelta de la Roca a la soberanía hispana, pero un suceso inesperado trastoca toda la situación, muere Stanhope y su sucesor se acoge a una frase ambigua de la carta de Jorge I, en donde se indica “que me valdré de la primera ocasión favorable para reglar este artículo con intervención de mi Parlamento”. En teoría la frase suponía que tras la devolución de Gibraltar, el gobierno británico respondería de lo hecho ante el Parlamento, modificando sustancialmente el espíritu de lo firmado, al interpretarlo entonces como que presentaría ante el Parlamento la devolución de la fortaleza del estrecho, y si éste lo aprobaba se devolvería a la corona española.
A este acontecimiento se suceden años de tensión diplomática que culmina con el sitio de Gibraltar de 1727, sin previa declaración de guerra. El momento elegido por España no era el oportuno, ya que Francia, nuestra aliada, como Inglaterra, la enemiga, se encontraban inmersas en las quiebras financieras de la “Compañía de los Mares del Sur” y de “Law”, presionando la primera para que volviera la paz, a pesar de que la posición española era óptima, dado que la flota británica atacada por la carcoma había tenido que refugiarse en Jamaica y la española había apresado al buque “Príncipe Federico”, que transportaba en sus bodegas más de dos millones de libras.
El Reino Unido propone como base del acuerdo de paz, que se firmará en Sevilla en 1729, la devolución de Gibraltar, expresándose en el texto que “el gobierno de S.M. tendrá tres años para obligar a su Parlamento a que consienta a ello”. Pasan los años y la devolución no se materializa, Inglaterra únicamente ha deseado ganar tiempo, recuperar su flota y reestablecer sus alianzas diplomáticas, para no cumplir lo pactado, que por lógica llevará inevitablemente a la guerra y a la alianza estrecha de España con Francia, a través de los llamados Pactos de Familia.
Las ocasiones en que más próximo ha estado la devolución del Peñón, han sido en las dos primeras, pasándose a continuación a un rosario de reclamaciones diplomáticas, acompañadas por las presiones bélicas. España llegó a ofrecer permutaciones territoriales: Orán, Mazalquivir, Puerto Rico, y otras posesiones, así como ventajas comerciales con el Nuevo Mundo, pero nada se consiguió. Incluso en un momento de debilidad extrema de Gran Bretaña, tras la independencia de sus colonias americanas, se negó a tal restitución, habiéndose ya convertido la roca de Gibraltar en un símbolo de su imperialismo, en una especie de talismán que recordaba al pueblo británico, que mientras conservara el Peñón, sería grande, sentimiento que aún hoy perdura, y si a cualquier español duele la existencia de esa espina en su costado, igual le dolería a un inglés tener que renunciar a su joya.
El siglo XIX es el de oscuridad para España, no por ello se deja de reclamar, aunque las reclamaciones, terminando en la solicitud de devolución por incumplimiento el Tratado de Utrech, son más por las continuas vejaciones a que somete al Campo y a sus autoridades, sus homónimos de la Roca.
En plena Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Londres, durante los años de 1940 y 1941, a través de fuentes oficiales, aunque de forma oficiosa, sugiere a Madrid la devolución de Gibraltar a cambio de la ocupación del Marruecos francés y de impedir el paso de los alemanes por su territorio. Los compromisos españoles con el Tercer Reich, no materializaron ningún acuerdo. Se intentó navegar entre dos aguas, por ejemplo no se ocupó el Marruecos francés, sí Tánger, se negó el paso por los Pirineos a los alemanes, pero nos integramos en el ejército que atacaba a uno de los aliados de Inglaterra, la URSS. El 2 de octubre de 1941, Churchill, Eden y Hoare, este último el embajador en Madrid, comen en la embajada española de Londres, tratándose los asuntos exteriores, sin embargo la diplomacia británica ha negado la existencia de tales contactos, de los que solamente queda lo plasmado por escrito, como “recuerdos”, de los diplomáticos españoles.
Aspectos interesantes de estos últimos intentos, se pueden encontrar en diversas publicaciones que han narrado las peripecias, vicisitudes, encuentros y desencuentros del embajador español en Londres, el XVII duque de Alba, entre 1937 y 1945.
CONCLUSIÓN AL EPISODIO
Gran Bretaña ha esgrimido como posición para posponer la entrega de Gibraltar, cuando era política y militarmente débil, la necesidad de tener en cuenta a la población gibraltareña, cuando ésta no ha existido, como tal, hasta principios del siglo XX, así como el respeto a su propia legalidad democrática, teniendo que ser ratificados los acuerdos por el Parlamento inglés. Las dos razones han sido asumidas por nuestra diplomacia, sin conocer si eran conscientes que los ingleses le estaban tomando el pelo.
Es mejor no narrar los intentos actuales, de los gobiernos socialistas y populares, precisamente por no ponerse en la misma posición que los británicos, que usan la sonrisa y la mano tendida y la navaja en la izquierda, para apuñalar y desbaratar cualquier opción que vaya en contra de sus intereses.
Históricamente nuestra diplomacia nunca fue hábil ¿lo será algún día?
Málaga, 28 de marzo de 2011
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