Churchill: un hombre de armas tomar
Un político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido». Churchill, autor de esa frase, no fue solo uno los mejores oradores de todos los tiempos, sino el político que más sentencias ingeniosas y ‘tuiteables’ ha hecho jamás. De haber existido las redes sociales en su época, habría tenido más seguidores que las Kardashian. Hombre de absolutos excesos, se cuentan sobre él incontables anécdotas: como su irrenunciable costumbre de dormir con un pijama de seda, aunque fuese en un catre a bordo de un bombardero; o la más conocida de su brillante respuesta a Lady Astor, la primera mujer en el Parlamento británico, con quien siempre discutía. Durante un debate, Lady Astor, molesta por las interrupciones de Churchill, dijo que si fuera su mujer le pondría veneno en el té. Él, con calma, se quitó las gafas y respondió: «Señora, si yo fuera su marido, me lo bebería».
Sir Winston Churchill murió en Londres a los 90 años, hace ahora medio siglo. Participó en cinco guerras coloniales cuando todavía era un joven oficial, ocupó siete cargos ministeriales entre 1908 y 1929 y fue primer ministro en dos ocasiones: la primera de 1940 a 1945. En esos años decisivos luchó contra Hitler, consiguió embarcar a los Estados Unidos en la guerra y fue responsable de los bombardeos contra la población civil alemana. Por si fuera poco, su principal fuente de ingresos provenía de su faceta de escritor. Escribía un best seller tras otro: libros de aventuras militares, tratados históricos y extensas crónicas de las dos guerras mundiales, además de numerosos ensayos y más de un millar de artículos periodísticos. En 1953 recibió el premio Nobel de Literatura.Visto así, es fácil de entender por qué una encuesta de la BBC lo proclamó «la figura más grande de la historia británica».
Alcohólico conocido
Que era un fenómeno de la naturaleza parece incuestionable, pero hay una faceta de Churchill que, en la corrección política de los tiempos que ahora corren, sería inadmisible. Para empezar, Churchill era adicto al whisky. En tal grado que, cuando lo nombraron primer ministro en mayo de 1940, una de las mayores preocupaciones en los círculos oficiales era que su alcoholismo no le permitiera estar a la altura de sus funciones. La ‘costumbre’ venía de familia, los aristocráticos Marlborough, que escandalizaron con todo tipo de líos a la sociedad británica. Lo cierto es que la resistencia de Churchill al whisky le permitió beber ingentes cantidades sin ponerse en evidencia y reivindicar el consumo de alcohol en público. Durante la Ley Seca en los Estados Unidos se refirió a la prohibición como «una afrenta a toda la historia de la humanidad».
Gorrón y prevaricador
Pero el alcohol no era su única debilidad. Churchill ha sido descrito por el historiador David Cannadine como «un gorrón desvergonzado y un artista de los sablazos». Sacaba tajada de donde podía: regalos, viajes, alojamiento en casas de particulares… Cualquiera de esas cosas habría bastado para hacer dimitir a un parlamentario actual. Pero, entonces, Churchill gozaba de total inmunidad, hasta el punto de que cuando el general Montgomery homenajeado por vencer a Rommel se autodefinió diciendo: «No fumo, no bebo, no prevarico y soy un héroe», Churchill no tuvo reparo en responder: «Yo fumo, bebo, prevarico y soy su jefe».
Lenguaraz
Su incorrección política alcanzó cotas mayores durante la guerra. En 1940, en la Cámara de los Comunes, llegó a decir: «Quizá ustedes quieran matar a mujeres y niños. Lo que nosotros queremos, y lo estamos haciendo con éxito, es destruir objetivos militares alemanes. Mi lema es: ‘¡Primero el trabajo, luego el placer!’». Una boutade, sin duda, porque lo cierto es que cuando en la conferencia de Teherán, en 1943, Stalin propuso que tras la guerra se eliminara a 50.000 militares y técnicos alemanes para debilitar al país durante décadas Churchill se opuso diciendo que preferiría que lo fusilaran allí mismo «antes que ensuciar mi honor y el de mi país con semejante infamia».
Medidas radicales
Churchill no siempre gozó de tanto prestigio que le permitiese decir lo que quisiera. A comienzos de los años treinta, Churchill demasiado excéntrico y lenguaraz estaba considerado un político caduco. Curiosamente, Hitler vino a sacarlo del ostracismo. El británico alertó desde el primer momento sobre el peligro que el nazi suponía para Europa, mientras que durante años los líderes europeos se mantuvieron conciliadores. Con el ataque alemán a Polonia en 1939, no quedó duda de que Churchill tenía razón. Así fue como, de un día para otro, los conservadores volvieron a llamar a Churchill, el mismo hombre que durante la Primera Guerra Mundial tuvo que dejar su cargo de ministro debido al sangriento fracaso de la operación lanzada contra la península turca de Gallípoli. Las medidas propuestas por Churchill siguieron siendo tan radicales al comienzo de la Segunda Guerra Mundial como lo fueron en la primera. Una de sus primeras decisiones fue ordenar el hundimiento de la flota del aliado francés vencido para evitar que los buques cayeran en manos de los alemanes; murieron 1297 marineros franceses.
Aliado del diablo
«Si Hitler planeara invadir el infierno declaró Churchill, me pronunciaría a favor del diablo en el Parlamento». Y precisamente eso es lo que hizo, concluye su biógrafo Thomas Kielinger. Se alió con el diablo: Stalin. Churchill no tardó en darse cuenta del precio de la victoria. Además de debilitar la economía y el mismo Imperio británico (desencadenó la pérdida definitiva de las colonias), implicaba entregarle la mitad del continente a los rusos. En 1945, el premier británico quería continuar la guerra contra la Rusia soviética. Pero en aquella Europa harta de guerra nadie quiso seguirlo, y menos que nadie los británicos. Perdió las elecciones de 1945. Pero lejos de retirarse, lideró la oposición y en 1951 consiguió volver a ser primer ministro, hasta su retiro definitivo en 1955, con 79 años.
Cómo Churchill pudo soportar unas jornadas de trabajo tan largas con tanta edad, especialmente durante la guerra, también requiere una explicación. John Colville, su secretario personal, contó que el primer ministro le comentó en 1944 que su época de mayor preocupación no fue durante la guerra, sino cuando era secretario de Interior, y que entonces descubrió que el mejor remedio era escribir en un papel todos los asuntos que le preocupaban. Al hacerlo, algunos se revelaban como triviales; otros, como irremediables; y, finalmente, solo de uno o dos merecía la pena ocuparse. Lo que no perdió nunca fue el humor. Cuando Churchill cumplió 80 años, un periodista de 30 fue a retratarlo y le dijo: «Sir Winston, espero fotografiarlo nuevamente cuando cumpla 90 años». A lo que Churchill, con cara de sorpresa, respondió: «¿Por qué no? Usted parece bastante saludable».
VIDA Y OBRA DE UN ESTADISTA
-El drama de sus hijos. Churchill estuvo casado toda su vida con Clementine Hozier. El matrimonio fue muy estable, no tanto así la relación con sus hijos. Tuvieron cuatro hijas y un hijo. Las broncas de Churchill con el varón, Randolph (en la foto), llamado a sucederlo, eran conocidas. El hijo nunca estuvo al nivel del padre. ‘Solo’ llegó a diputado. Tres de ellos cayeron en el alcoholismo. Una de sus hijas, Diane (en la foto), acabó suicidándose a los 54 años. Su hija menor falleció el año pasado a los 91 años.
-El camarada «la víbora». Churchill dijo que haría cualquier cosa para ganar la guerra, y eso incluyó pactar con la Rusia comunista. Se reunió varias veces con Stalin en el Kremlin. El británico aguantaba sin problema el whisky, pero en las cenas en Moscú admitía sentir un «ligero mareo» tras ingerir el brebaje que le daba Stalin. Pero, dispuesto a no ceder ante el desafío, nunca lo rechazó. Al terminar la guerra, Churchill insistía en que había que acabar con «la víbora soviética». Pero Europa no estaba para más guerras.
MI JEFE, WINSTON CHURCHILL por Victoria Lambert
Habla el único miembro del gabinete de Churchill que sigue vivo.
“Si no hubiera sido por la guerra, Churchill hoy sería recordado como un político fracasado”
Lord Carington (él lo escribe con una sola erre), de 95 años, es el único miembro del último gobierno de Churchill que sigue con vida. Carington fue después ministro de Asuntos Exteriores de Margaret Thatcher entre 1979 y 1982, cargo del que dimitió cuando Argentina invadió las islas Malvinas. Fue también secretario general de la OTAN y director del Winston Churchill Memorial Trust, una fundación para mantener vivo el recuerdo del estadista británico.
XL. Cuando le llegó el aviso de que Churchill lo buscaba, usted estaba cazando perdices en el campo.
L.C. Sí, estábamos a finales de octubre de 1951, un día después de las elecciones generales. Un hombre vino en bicicleta y me dijo que acababan de llamarme de Downing Street; que Winston Churchill quería hablar conmigo y que, por favor, fuera con él. Pensé que era una broma.
XL. Usted llevaba poco en la Cámara de los Lores.
L.C. Sí, de ahí la sorpresa. Pero me dije: «Bien, habrá que responder a esa llamada…» [ríe]. Hablé con el propio Churchill, y me ofreció el puesto más bajo en su nuevo gobierno: subsecretario en el Ministerio de Agricultura y Alimentación. A continuación, Churchill dijo: «Tengo entendido que le gusta cazar. A ver si un día salimos juntos de montería». Era un hombre con muchísimo encanto personal.
XL. Según explica, apenas había cruzado palabra con Churchill antes de ese día, pero para usted ya era una leyenda.
L.C. Durante la guerra, su figura era omnipresente. Uno tenía la sensación de conocerlo personalmente y, sin embargo, estamos hablando de un hombre que se encontraba muy por encima de todos los demás.
XL. No obstante, cuando usted empezaba su carrera política, había quien consideraba que Churchill estaba políticamente acabado.
L.C. Tuvo que sentirse hundido tras ser derrotado de forma tan contundente en las elecciones de 1945. Pero yo entiendo por qué los laboristas arrasaron: la opinión pública no se fiaba de los conservadores. Todos los que habíamos vivido la difícil década de los treinta y visto las impactantes manifestaciones contra la pobreza y el desempleo lo teníamos claro. En el Reino Unido había verdadera miseria.
XL. ¿Usted ya atisbaba la derrota?
L.C. Durante la guerra estuve al frente del escuadrón de un carro de combate, y me acuerdo de lo que mis hombres pensaban. Algunos de aquellos jóvenes se habían alistado sencillamente para comer. La mayor parte de ellos estaban en el paro antes de la guerra. Cuando llegaron las elecciones de 1945, ni uno solo de los miembros de mi escuadrón votó al partido conservador.
XL. ¿Cómo era Churchill en el trato personal?
L.C. Una vez al año almorzaba con los jefes del grupo parlamentario. Si estaba de buen humor, todo iba como la seda. Pero si no lo estaba, no hablaba. Recuerdo uno de esos almuerzos en el que no dijo ni una palabra. Estuvo así hasta que nos trajeron el postre; entonces, la parlamentaria laborista Bessie Braddock pasó por la puerta. Winston la miró y comentó: «La viva imagen del estreñimiento británico». La cosa le hizo tanta gracia a él mismo que recuperó el buen humor y se mostró muy animado toda la sobremesa.
XL. A usted le caía bien…
L.C. Yo lo tenía en un pedestal, pero de no haber sido por la guerra mundial el recuerdo de Churchill hoy sería muy distinto. Sería injusto, pero sería recordado como un político fracasado. La decisión para que la libra se ajustase al patrón oro, la campaña de los Dardanelos en la Primera Guerra Mundial, su poco meditada lealtad al duque de Windsor… Todos los británicos querían que Eduardo VIII abdicara, pero para Churchill seguía siendo el rey, y eso era lo único que contaba.
XL. ¿Qué opina de comentarios recientes que tachan a Churchill de dictador?
L.C. Era una persona dominante, pero no un dictador. De hecho, era un demócrata convencido. Cuando uno piensa en lo que tuvo que suponer para él la derrota electoral en 1945, después de haber ganado la guerra, de pasar por tantas cosas, que los votantes le dieran la espalda… Se sintió muy herido, aunque en ningún momento pensó que el pueblo no tuviera derecho a hacer algo así.
XL. Aquella derrota y las penurias pasadas por los británicos hicieron que usted y otros políticos abrazaran lo que usted describe como un conservadurismo «compasivo»…
L.C. Está claro que bastante más compasivo que el conservadurismo que vino después.
XL. ¿A qué se refiere?
L.C. Bueno, es evidente que Margaret Thatcher no era una persona particularmente compasiva [ríe].
XL. Pero usted formó parte del gabinete de Thatcher durante tres años.
L.C. Thatcher era una mujer excepcional en muchos sentidos, pero la justicia social no era una de sus prioridades, por así decirlo.
Para saber más: In Churchill’s shadow. De David Cannadine. Editorial Allen Lane.
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