30 noviembre, 2011

La Fornarina

cabeceras_Joya

Laura Pais Belín

Autor: Rafael.
Cronología: 1518 – 1519.
Técnica: Óleo sobre tabla.
Localización: Galleria Nazionale d´Arte Antica, Palazzo Barberini. Roma.

la_fornarinaEn el siglo XVI se desarrollaba en Italia el Alto Renacimiento, el llamado “Cinquecento” un siglo que supuso el culmen de este estilo, su gran esplendor pero al mismo tiempo la crisis de todos sus valores.

Como en épocas anteriores Florencia seguía siendo la capital del arte, pero los grandes maestros se movían por las diferentes ciudades italianas según los encargos. Aunque a su lado otra ciudad movía el mercado artístico, Roma ya que como sede de la corte pontificia, era allí donde se podían encontrar los grandes mecenazgos, y donde los artistas competían por hacerse un hueco.

La pintura estaba dominada por el orden, el perfecto equilibrio y la armoniosa belleza, pero también por la diferente personalidad de tres grandes genios que con gran maestría dirigían los caminos del arte, fue la época de la madurez arrolladora de Leonardo da Vinci, del ingenio monumental de Miguel Ángel y  de la creatividad armoniosa de un jovencísimo Rafael.

Rafael era el menor de estos artistas, a ellos admiró, con ellos coincidió a lo largo de su carrera y  por sus influencias se dejó llevar para renovar y madurar su estilo.

Artista precoz, es el gran representante del clasicismo, si por algo destacó fue por su gran capacidad de síntesis, se dejaba llevar por todas las influencias de sus contemporáneos, asimilando todo a la perfección y adaptándolo a su propio estilo.

Su pintura siempre estuvo marcada por el dibujo del natural, por los estudios de la Antigüedad Grecorromana y dirigida siempre a la búsqueda de la belleza ideal.  Logrando de esta manera que toda su obra se caracterizase por un clasicismo equilibrado y sereno.

Raffaello Sanzio, arquitecto y pintor, nacía el 6 de Abril de 1483 en Urbino, uno de los centros renacentistas más vitales e innovadores del terreno cultural. Su entorno desde muy pequeño está relacionado con el mundo artístico. Su padre era un reconocido poeta y pintor apreciado en la corte Ducal, sería su progenitor el que vería las dotes del niño para las artes instruyéndolo muy pronto en el manejo de los pinceles y el interés por el dibujo. Con tan sólo 11 años ya estaba inscrito en el taller de un pintor, y a esa temprana edad se quedará huérfano al morir su padre, pues su madre había muerto tres años antes.

Su primera etapa artística está vinculada a Perugino, uno de los grandes maestros de la época, no se ha llegado a aclarar si fue uno de sus discípulos o si simplemente trabajó para varios encargos de su taller. Pero lo que si se sabe es que durante cinco años asimiló su influencia y su estilo. En un corto plazo de tiempo el joven Rafael se colocaba ya como una personalidad artística y con diecisiete años era ya un artista independiente.

En 1504 se traslada a Florencia, ciudad que poseía el título de ser el “gran taller de las artes”, allí se encontraban los grandes artistas del momento Leonardo y Miguel Ángel, a los que el joven artista quería conocer y estudiar, ya que deseaba mejorar en sus estudios de anatomía, en la técnica de la luz y la expresión de los sentimientos. Todo ello lo logró en esta época, empezó a destacar por sus bellas Madonnas y sus temas religiosos, siendo uno de los pintores predilectos de la alta sociedad pero lo que no consiguió fue ningún encargó público, algo que el artista esperaba con anhelo.

Su gran oportunidad llegaba en 1508 cuando es llamado a Roma por el Papa Julio II para encomendarle el programa pictórico que decoraría las estancias vaticanas, comenzaba así una etapa de frenética actividad, su fama ya era imparable, los encargos se multiplicaban, su estilo se afianzaba y su taller no paraba de crecer.

Cuando estaba en lo alto de su carrera la muerte le sorprendía en el año1520 tenía tan sólo treinta y siete años. Cumpliendo su petición, fue enterrado en el Panteón de Roma. La inscripción en su sarcófago de mármol, dice: “Aquí yace aquel famoso Rafael del cual la naturaleza temió ser conquistada mientras él vivió, y cuando murió, creyó morir juntos”. Terminando de esta manera tan prematura la carrera de uno de los grandes genios de la historia del arte.

Rafael trabajador incansable, poseía el don del perfecto dibujo, rápido a la hora de aprender y asimilar. Sobresalía siempre por ser un perfecto organizador. Se sabía que era muy metódico a la hora de crear, construía las composiciones paso a paso desde los bocetos iniciales con la primera idea y los complementaba con los necesarios estudios del natural. A ello unía toda una serie de dibujos preparatorios en los que cambiaba detalles, poses de las figuras y objetos de la composición. Llegando de esta manera a la imagen definitiva después de barajar todo tipo de posibilidades hasta poder llegar a la elección final. Con ella elaboraba un cartón que finalmente pasaría a  la tabla, el lienzo o el muro.

Los retratos fueron quizás la parte más desconocida de su producción, siendo olvidados en ocasiones tras la fama de sus grandes composiciones religiosas o de sus bellas y serenas madonnas. Pero el maestro italiano gozaba de excelentes dotes para este género. Ya que en la época se decía que en sus retratos siempre se mostraba a la perfección el estatus del retratado pero sin olvidar la expresión de la personalidad o el sentimiento a través de pequeños detalles como los ropajes, la pose o la mirada de sus figuras.

Tanto su manera de trabajar como la particular forma de abordar este género hacían que sus retratos tuviesen un encanto especial. Y prueba de ello es la creación de una obra increíblemente bella y diferente, el enigmático retrato conocido con el nombre de la Fornarina. Quizás una de las piezas de mayor atractivo de su carrera y una de las obras seguramente más personales del artista, catalogada con el nombre de “Retrato de una joven”, comúnmente será conocido como La Fornarina, una delicada tabla que poseía a partes iguales dosis de encanto y de misterio. Y tal vez por ello, no exenta de leyendas en lo que se refiere  a la historia de la mujer representada.

Creado entre los años 1518-1519 es muy probable que la pintura se encontrase en el estudio del pintor en el momento de su repentina muerte en 1520, y que incluso llegase a ser modificada y posteriormente vendida por su ayudante Giulio Romano, que siguió trabajando en el taller del artista una vez que este ya había fallecido. 

Fornarina es el nombre que románticamente se dio a la mujer considerada por aquel entonces como la  amante y modelo del artista. Y cuya imagen se repite en alguna de las obras del maestro italiano, así volveríamos a encontrarla en otro lienzo conocido como La Donna velata. Al igual que su delicado rostro se repetiría en obras tan conocidas como la Madonna Sixtina o la Virgen de la silla.

Una figura llena aun hoy en día de misterio, realmente no se sabe quién era esta hermosa y enigmática mujer, pero durante siglos la leyenda contada consideraba a esta dama como la supuesta amante del pintor.  Según la tradición literaria se trataba de una joven sienesa llamada Margherita Luti, hija de un panadero de la comarca de Santa Dorotea, en Roma. Y que su apodo de Fornarina le vendría del vocablo italiano que designaba la harina.

La agraciada mujer era según la leyenda, una joven del pueblo cuya belleza había embrujado  a Rafael hasta el extremo de hacerle renunciar al matrimonio con María, la sobrina del cardenal Bibiena, a la que estaba prometido. Una dama por la cual no lograba terminar el encargo de los frescos para Agostini Chigi. Y no sólo eso sino que llegó a ser considerada responsable de los excesos amorosos a los cuales ciertos biógrafos atribuyeron la muerte precoz del artista. Esta sería la leyenda que durante siglos acompañó a este maravilloso retrato.

Sin embargo al mismo tiempo hay otras teorías en las que se apunta a que la joven fue una famosa cortesana de Roma, modelo de varios pintores del Renacimiento que la inmortalizaron en sus lienzos. Por lo que la relación con el artista no estaría tan clara, aunque el brazalete que la joven lleva en el brazo muestra el nombre del pintor y la pose de la muchacha y el realismo del retrato, nos hacen ver  una actitud desenvuelta y confiada ante el artista, por lo que volveríamos a hablar de cierta relación entre ellos. Aunque también es probable que después de tanto tiempo el verdadero sentido de la obra aún esté por aclarar.

Dejando a un lado todos sus enigmas, debemos destacar que esta obra también sobresalió a lo largo de los tiempos por su maestría técnica y su acertada composición.

La mujer es representada con un tocado de estilo oriental y los pechos desnudos, se nos muestra serena y segura, con un gesto delicado cubre su pecho izquierdo, mientras que su mirada no deja de cautivarnos. Iluminada por una fuerte luz artificial que viene del exterior, el artista se recrea en la representación de la delicadeza de su piel, al mismo tiempo que nos sorprende con pequeños detalles, como su firma colocada en una estrecha banda que la mujer porta en su brazo izquierdo, donde se puede leer perfectamente Raphael de Urbinas.

En el fondo del cuadro, tras los diferentes estudios que se han hecho a la tabla, se ha llegado a mostrar que en su origen había un paisaje, muy influido por el estilo de Leonardo, donde se podía apreciar un arbusto de mirto, que según la mitología clásica estaba consagrado a Venus, diosa del amor y la pasión.

De esta forma tan estudiada la figura se recorta ante un fondo neutro, centrando la atención en el rostro que queda en semipenumbra,  y en sus ojos que se dirigen abiertamente al espectador. La penetrante mirada de la joven indica el interés del artista por captar la expresión de sus modelos.

Destaca la calidad táctil de las telas, contrastando  la textura más densa de los ropajes que le envuelven las piernas, con la delicadeza y brillo de la tela transparente que recorre el resto de su cuerpo dejando al descubierto el esplendor de su delicada piel.

Las áreas de color definidas con gran firmeza, y en las que han desaparecido todo tipo de reflejos, hacen evidentes sus dotes para mostrar la anatomía de la dama, su piel delicada y todos los detalles de su cuerpo. Que brillantemente acompaña con una estudiada armonía de colores, una perfecta mezcla del rojo del manto, el blanco del cuerpo y el dorado del turbante.

Un desnudo, una mujer que posa para el maestro en la intimidad de su taller, una obra llena de naturalidad, en la que el pintor busca la cercanía con la retratada, mostrándola relajada en la pose, en su desnudo, y centrado en mostrar toda su personalidad en su mirada, como ya había hecho en muchos de sus retratos.

Una mirada al mismo tiempo serena, cautivadora, penetrante que busca al espectador y que nunca deja indiferente. Una composición que destaca por su luminosidad, por su técnica precisa, por la delicadeza de la elección de sus colores. Y todo ello dirigido por la sensibilidad del artista, una pieza que en conjunto se convierte en sentimiento puro, una de las grandes cualidades del maestro italiano.

Armonía, calma, simetría, orden perfecto y belleza ideal son las palabras que se utilizan para definir su estilo, por ello también se suele afirmar que su obra es la representación perfecta de todas las claves del Humanismo y el arte renacentista.

De carácter amable y discreto tenía un don especial para la observación, asimilando todo lo que tenía a su alcance, moldeándolo para crear su propio estilo.

Por todos era sabido que Rafael tenía grandes dotes naturales para las artes, pero también un gran afán de superación, y quizás el secreto de su obra emana de ese continuo esfuerzo e incansable trabajo que ponía en todas sus obras para poder alcanzar la particular calma que producen todas sus piezas, su eterna belleza o la singular invención de sus composiciones.

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